Enmascarados
Entonces, de una medicina basada en la evidencia pasamos a una medicina basada en la codicia, a una ciencia que a la verdad le llamó mentira. Esa fue la ciencia en la que nos basamos.
El uso de la mascarilla facial fue la intervención no farmacéutica más frecuente en el curso de la pandemia por coronavirus. Sentirse desprotegido y vulnerable era algo que debía ser evitado a toda costa y para ello la solución que prometía alejar el miedo a morir fue la mascarilla.
Tanto penetró en nuestra psique que aún hoy discutir su utilidad es una herejía que genera molestia y el rechazo de sus sacerdotes. Hay cosas que no se deben cuestionar y el uso de las mascarillas es una de ellas.
No me equivocaría en afirmar que tanto usted como la mayoría de la población se encuentra tendenciosamente desinformada por el oficialismo. Por ello, la intención de este artículo es estimular un debate que ha estado ausente.
Aquí comparto estudios políticos, epidemiológicos, de salud pública, clínicos e industriales cuya información respecto del uso de mascarillas faciales, luego de concluida la emergencia, ha salido a la luz y habla de su inutilidad, e incluso daño, durante la pandemia por coronavirus.
Así es, es una información que exige ser conocida y discutida en base a la investigación de una ciencia revisada por pares.
Esta es una revisión sobre un asunto que desde sus inicios consideré injustificado, falto de evidencia, irracional y producto de ingeniería social. Es algo que pocos desean afrontar.
Si no desea leer tanto le anticipo algunas de las conclusiones y así se evita la disonancia cognitiva de este crítico reporte:
· De los diez estudios aleatorios controlados que respaldaban el reporte en el que la OMS basó sus recomendaciones para el uso de mascarillas, ninguno encontró beneficios estadísticamente significativos con su uso para el SARSCOv2.
· Los países europeos con altos niveles de cumplimiento de las mascarillas no obtuvieron mejores resultados que aquellos con bajo uso de mascarillas.
· El Congreso de los EEUU concluyó en diciembre de 2024 que no hubo base científica para confinamientos, distancia social ni uso de mascarillas. Que el origen del virus fue derivado de experimentos de ganancia de función del laboratorio de Wuhan financiado conjuntamente por EEUU y China. La vacuna no evitó la propagación de la enfermedad y su aprobación fue arbitraria y sin fundamento científico.
· La mascarilla parece reducir la ansiedad y brindar una sensación de seguridad, que es falsa pues en espacios extra hospitalarios es inefectiva.
· El uso de mascarillas faciales no sirvió como medida de protección contra del COVID-19 en niños.
· Aún sabiendo el daño que causaron, es bastante factible que cuando le aterroricen con algún nuevo microbio se las vuelva a colocar a sus hijos, sólo por si acaso.
El pasado nos persigue
Es sorprendente lo cíclico que ha sido todo este siglo XXI respecto de lo ocurrido en las mismas décadas del siglo XX: Pandemia 1918 - Pandemia 2019; Revolución Bolchevique 1917 – revoluciones árabes y estallidos sociales entre 2014 a 2019; 1ra Guerra Mundial 1914 – Guerra Ucrania Rusia 2022 ;crisis económica 1929 – crisis económica 2025. Suspicazmente inquietante.
Veinte meses después de lo vivido entre el 30 de enero 2020 y el 5 de mayo de 2023, cuando todo el planeta transó libertad por seguridad bajo argumentos sanitarios cimentados en el miedo, el congreso norteamericano ha reconocido abiertamente que, salvo para controlar a la población, todo aquello a lo que nos obligaron no sirvió para alterar el curso de la enfermedad. Increíble ¿no?
Así es. El Subcomité Selecto de la Cámara de Representantes de los EEUU publicó el 4 de diciembre de 2024 una investigación de dos años sobre la pandemia del Covid-19, cuyo informe final se titula: Revisión posterior a la acción de la pandemia del Covid-19: lecciones aprendidas y camino a seguir, concluyó que no hubo base científica para confinamientos, distancia social ni uso de mascarillas, que el origen del virus no fue animal, de pangolín o murciélago, sino artificial derivado de experimentos de ganancia de función viral de un laboratorio de Wuhan financiado conjuntamente por EEUU y China. La vacuna no evitó la propagación de la enfermedad y su aprobación fue arbitraria sin fundamento científico.
En este archivo encontrará el documento y sus principales conclusiones. No es recomendable su lectura si usted es sensible a conocer algo que podría se considerado cercano a la verdad. Es difícil asumir la manipulación y el lavado el cerebro.
https://www.docfiles.cl/wp-content/uploads/2025/01/2024.12.04-SSCP-FINAL-REPORT-ANS.pdf
Respecto de las repercusiones legales y económicas de los confinamientos, las persecuciones, los enmascaramientos, las presiones indebidas, la restricción de la movilidad, la coerción y obligatoriedad de la vacunación y todas las situaciones que violaron los derechos fundamentales, hoy se pide la ley de amnistía, ley de amnesia o ley del embudo.
En realidad, al menos en Chile ya nadie habla de aquello y a pocos importa aclarar la trama. No hay prensa, no hay denuncias, demandas ni procesos judiciales. Incluso, se evita informar sobre este asunto pues es todo muy denso y es mejor hacer la vista gorda. “A lo pasado, pisado”.
Durante todo ese periodo, como profesional sanitario, tuve la convicción y responsabilidad de basar mis apreciaciones y conducta en la evidencia científica, la ética y el sentido común, aspectos que desde la pandemia se fueron haciendo cada día más líquidos e interpretativos.
El giro de timón
En los albores de la pandemia, diciembre de 2019, me hallaba esperando el turno en una farmacia cuando una señora ingresó arrebatadamente a comprar máscaras faciales. Con tan solo una decena de muertos en China los noticieros ya estaban vueltos de cabeza anticipando el fin del mundo. Percibiendo su angustia, le comenté que seguramente no iba a ser necesaria tanta mascarilla pues solo deberían usarlas las personas enfermas para evitar contaminar con sus gotitas de “flügge” a los sujetos sanos.
No tenía manera de saber cuán equivocado estaba pues ignoraba que de la noche a la mañana la ciencia cambiaría su relato.
Hasta ese instante, en el mundo salubrista y de los propios fabricantes de mascarillas, siempre se había aceptado que la protección brindada por las mascarillas clínicas faciales se lograba desde adentro hacia afuera y no al revés, es decir, que las mascarillas médicas clínicas de tres capas nunca fueron diseñadas para contener o evitar el paso de aerosoles, microorganismos, virus, hongos o bacterias, pues los poros de sus capas son demasiado grandes para ello. Pretender limitar el paso de un virus a través de una mascarilla clínica es creer que se puede atajar una canica con una red de futbol.
Un aerosol que llena una habitación de tamaño medio, logra, en cuestión de minutos, penetrar o eludir en un 90% una mascarilla clínica.
Contagiar versus Contaminar
Contagiar es la acción de transmitir un agente patógeno.
Contaminar es alterar nocivamente la pureza o las condiciones normales de una cosa o un medio, en este caso, por los fluidos corporales emitidos por boca y nariz.
Las mascarillas faciales son efectivas en disminuir la contaminación, pero no evitan el contagio. Por ello las utilizan las personas enfermas y el personal de salud en ambientes estériles o con pacientes inmunodeprimidos. Las mascarillas evitan contaminar, pero no evitan que otros enfermos nos contagien si estamos sanos, aún con una mascarilla puesta.
En los pabellones quirúrgicos el equipo de salud no las utiliza para evitar enfermarse sino para evitar contaminar las heridas, los campos estériles y a los pacientes inmunodeprimidos. En los aislamientos hospitalarios se utilizan como medida preventiva en conjunto con otras muy estrictas, con pacientes respiratorios altamente contagiosos; y aun así se observan contagios en el personal de salud.
Siempre se ha sabido que usar una mascarilla afuera de los centros sanitarios ofrece poca o ninguna protección frente a la infección. Únicamente son útiles para contener los fluidos corporales, gotitas, mocos, saliva, que salen expulsados por la boca y la nariz al estornudar, toser o hablar. La mayor utilidad de las mascarillas percibida en pandemia fue reducir la angustia ante el contagio, aunque con altos costos para la salud física y mental.
La lógica del uso de mascarillas previa a la pandemia era para que las personas enfermas no contaminasen a otras con sus gotitas y no al revés. No sirven para que las personas sanas eviten contagiarse con los microorganismos circulantes en el ambiente.
En total correspondencia con lo anterior, la OMS el 5 de junio de 2020 ratificó su postura oficial, recomendando el uso de mascarillas sólo para médicos, enfermos y cuidadores, en los entornos de más contagiosidad como los hospitales. En ningún caso para la población general.
En ese mismo documento se describían los varios efectos perjudiciales provocados por el uso de mascarilla en personas sanas, como el aumento de enfermedades respiratorias e infecciones, la proliferación de microorganismos y la auto contaminación. Además, afirmaba que las mascarillas sólo son eficaces cuando se utilizan con la higiene de las manos, modo de uso y sistema de eliminación adecuados. https://apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/332657/WHO-2019-nCov-IPC_Masks-2020.4-spa.pdf
Al parecer nadie se entero de esto.
De los diez estudios aleatorios controlados que respaldaban el reporte en el que la OMS basó sus recomendaciones para el uso de mascarillas, ninguno encontró beneficios estadísticamente significativos para el SARSCOv2.
Pero aquello no afectó nada, pues basados en el conveniente axioma de que las mascarillas faciales previenen la propagación del síndrome respiratorio agudo grave por coronavirus, los gobiernos del mundo impusieron el enmascaramiento universal. Una decisión indudablemente política y no sanitaria, y a partir de ese guion, lo que siguió fue pura confusión patrocinada por los miedos de comunicación. Todo estaba decidido de antemano.
La nueva ciencia
Aunque la tasa de contagio de la población infantil era ínfima, ¿en qué ciencia nos basamos para aterrorizar a nuestros niños diciéndoles que podrían matar a sus abuelos? ¿En qué ciencia nos basamos para justificar afectar la respiración natural de nuestros niños en aras de una protección que no requerían y que no funcionó como medida para evitar la acumulación de más casos de pruebas positivas? ¿Qué ciencia nos autorizó a obligarles a hacer actividad física con un paño puesto en la boca? La respuesta: en aquella ciencia comprometida con el mercado.
Hoy conviven dos tipos de ciencia.
1. La ciencia oficial, que es esa de la Tv, avalada por los expertos y por las importantes universidades, que es publicada en revistas especializadas de primera línea, bajo el patrocinio de los oligopolios de la farmacia, la industria militar y las ONGs afines. Organismos y agencias de tres letras que tienen mucho dinero y que financian a universidades, revistas, sociedades científicas, colegios profesionales, a los miedos de comunicación y a las principales redes de influencers. Esta ciencia es la que manda actualmente, es la creíble y es la que está comprada.
2. Su contraparte es la ciencia de las investigaciones independientes, revisadas por pares, que se funda en el conocimiento médico acumulado hasta la fecha, se apoya en la lógica y en una ética libre de conflictos de intereses, con financiamiento restringido, que debe ser publicada en revistas alternativas o de segundo orden, que es perseguida por el establishment y que debe utilizar las redes sociales de la resistencia para su divulgación. Es la ciencia que busca la verdad y como tal ha sido atacada, degradada y apostada en la lista de la desinformación.
Esto explica por qué médicos y equipos de salud se alinearon sin mucho reclamo con un discurso ridículo y destemplado, y por qué, sin mediar investigación legitima que lo justificara, se aceptó un nuevo evangelio, una nueva ciencia y una nueva normalidad.
Pero volvamos al punto. Durante tres años se enmascaró a la humanidad. ¿Teníamos idea de lo que hacíamos? ¿fuimos negligentes? ¿fuimos inteligentes? En realidad, no sabíamos lo que hacíamos y tampoco fuimos inteligentes, no seguimos al conocimiento, y, sí, fuimos negligentes con niños, adultos mayores y embarazadas pues seguimos al miedo.
Entonces, basado en las recomendaciones de los fabricantes de mascarillas, en la historia de la inmunología, en la salud pública y en la lógica, aquello que le indiqué a la señora de la farmacia se justificaba plenamente. Hasta esta pandemia aquello no tenía cuestionamiento, pero, como ya mencioné, la teoría y la evidencia se supeditarían a la codicia.
En pocos meses, tanto la ética como los paradigmas de la fisiología e inmunología humana fueron reinterpretados de manera mañosa, desafiando todo el desarrollo médico científico previo de los últimos 50 años.
Lo más sorprendente y penoso fue que los primeros en tragarse todo ese discurso fuimos el personal sanitario, esos mismos que diez años antes, en 2009, se constituyeron en la infranqueable barrera que cuestionó la inconsistencia científica que se quiso instalar respecto de la pandemia H1N1. No tenemos excusa, por omisión o por comisión, no estuvimos a la altura de nuestra misión profesional. La mayoría, al día de hoy, aún ni siquiera lo sabe o lo sospecha.
Respetar en uso de la mascarilla, además de las otras medidas reñidas con lo aprendido, distanciamiento social y cuarentena de los sanos, fue parte de la nueva doctrina y el imperativo ético / moral del buen funcionario de la salud, que entendió que respetar tales medidas era hacer lo correcto, era proteger al débil. Era el credo y quien no lo respetara merecía la censura y la excomunión. Así de radical fue la cosa.
Había que confiar en la autoridad pues en tiempos en el que el pánico mediatizado lograba inmovilizar las reflexiones y la sensatez, créele a la autoridad era obligatorio. Además, estaba el miedo a perder el trabajo. Si usted dudaba era reprendido, avergonzado o amonestado y quien tuvo la osadía de no cumplir fue satanizado, desautorizado, expulsado, golpeado, despedido, cancelado y colgado en la plaza pública a través de todo medio posible. Muchos murieron por no estar de acuerdo. En retrospectiva, todo muy brutal e inhumano.
Incluso hoy sigue habiendo una defensa a rajatabla de irracionalidades y falsos preceptos, lo cual, con lo que ha salido a la luz, resulta más inhumano todavía. Entonces, de una medicina basada en la evidencia pasamos a una medicina basada en la codicia, a una ciencia que a la verdad le llamó mentira. Esa fue la ciencia en la que nos basamos.
El tapabocas para bandidos y sumisos
Se enfatizó en el uso de la N95 como el estándar de oro para la protección, pues según los fabricantes, la OMS y nuestras autoridades, era la que mejor amparo nos brindaba. Nadie preguntó si existían estudios independientes revisado por pares. En realidad, no fueron necesarios y los que surgieron lo hicieron desde de las partes involucradas y con conflictos de intereses.
La información surgió de las entidades comprometidas con la contingencia sanitaria: OMS, CDCs de EUA, EMA, FDA y Ministerios de Salud locales que por acuerdos internacionales debían acatar las directivas de las anteriores. No podía ser de otra manera. Otra cosa hubiera sido esperar que la industria armamentística realizara un foro por la paz.
Disponían de la confianza de la población y no había argumentos para dudar. La OMS era vista como la madre protectora de la salud mundial sin sospechar de sus profundos conflictos de interés. Para mucha gente solo bastó con la opinión de expertos y autoridades, aunque sus recomendaciones no tuvieran sustento científico. Y no lo tuvieron. Abusaron de la confianza y autoridad.
Desde el primer año de su beca los inmunólogos y salubristas saben que no se pueden detener las epidemias de virus respiratorios. Ocurren independientemente de las medidas que se implementen. Iniciada la pandemia sorprendió la ausencia de publicaciones de virólogos, epidemiólogos y salubristas respecto de asuntos que son necesarios y urgentes para entender y explicar una pandemia.
Como si durante un gran huracán no estuvieran los meteorólogos analizando el fenómeno. Silenciosamente, optaron por un conveniente ostracismo disciplinario. Y hablo de publicaciones y no de opinión de expertos pues muchos de ellos, sin evidencia en la mano, salieron a los medios a apoyar la operación psicológica. Y luego los vimos sonrientes como consultores de farándulandia en altos puestos de universidades, en la OMS u otras ONGs.
Si bien a la población podía parecerle lógico establecer como medida preventiva el “aislar y tratar a los sujetos sanos”, fue una acción global inédita en la historia de la medicina que presentó contradicciones, falta de evidencia y sospechas fundadas, que como vemos fueron comprobadas de ser un negocio multimillonario y que sobre todo demostró generar daños físicos y mentales que todavía no han sido debidamente reconocidos. Lo más genial fue el descabellado argumento de los contagiadores asintomáticos, basado en la premisa que “un sujeto sano es un enfermo que no sabe que lo está”. Todos estamos enfermos.
La información aportada por los miedos de comunicación fue imprecisa y confusa enfatizando el uso de la mascarilla a todo evento sin brindar argumentos basados en ciencia seria, desestimando cualquier otra en sentido opuesto. Y no solo con el uso de la mascarilla pues las contradicciones y la incertidumbre en todo lo relacionado al virus SARS-COV2 fue demasiada. Desde su origen, las estadísticas, su aislamiento, la confiabilidad del testeo PCR, la sintomatología y su tratamiento. Todo era tan obvio que fue invisible.
Lo bueno fue aprender que ante tanta confusión, siempre hay que dudar. Como reza el dicho: A rio revuelto, ganancia de pescadores.
El doctor Enrique Paris, ministro de salud de Piñera, de manera encubierta dijo verdades que resultaron confusas y que iban en contra de la línea oficial totalitaria imperante. En noviembre de 2020, ya avanzada la pandemia, en una entrevista de CHV dijo que él nunca se había hecho una PCR, que no se lo haría pues dicho test debía hacerse solo bajo sospecha fundada de enfermedad y no preventivamente. Eso mientras todo Chile estaba siendo violado por la nariz.
En otra ocasión, en el parlamento afirmó que las vacunas no podían ser obligatorias pues no estaban aprobadas, que eran experimentales y solo estaban autorizadas por emergencia. Mientras tanto, si querías conservar tu trabajo, estabas “obligado” a hacerlo. El abril de 2023 dijo que, por defecto, habían abultado las cifras de contagio y de muertes por Covid-19 con neumonías virales de otro origen. Y todos creyendo que las cifras eran confiables. En una entrevista en TVN no se comprometió en afirmar la seguridad y efectividad de las vacunas en niños. Y, como si fuera un oráculo, en junio de 2021 dijo que el cáncer sería la primera causa de muerte en 2022. Y no se equivocó. ¿Cómo pudo saberlo? Al menos fue honesto ya que eso fue lo que ocurrió y sigue ocurriendo. Por supuesto, nada de eso fue tema de debate en los medios oficiales.
Para el mundo de la ciencia seria y la medicina libre aún hay poca transparencia. La censura y los conflictos de intereses no colaboraron a este desarrollo. Es a lo menos sospechoso que casualmente a poco de iniciarse la pandemia haya surgido el discurso de la desinformación, se haya plantado el concepto de las fake news, que hayan surgido los verificadores de la información financiados por las farmacéuticas y partes interesadas, y se haya instalado la censura en todo el mundo, censura que aún prevalece y aumenta.